El reinado de Victoria I: En 1837, al ser coronada Victoria —casada con el príncipe alemán Alberto de Sajonia-Coburgo — se inició en Gran Bretaña uno de los más significativos períodos de su historia. Durante el extenso reinado de Victoria (gobernó hasta 1901), el Reino Unido se convirtió en la potencia mundial hegemónica en los aspectos político, económico, naval e industrial. La reina, mujer de firme carácter, se interesaba por los asuntos del reino, pero sin intervenir ni alterar la labor de sus Primeros Ministros. Este esplendor, sin embargo, no pudo terminar con las diferencias políticas y económicas ni con las crisis sociales y las fricciones con las potencias exteriores.
Economía y política: En esos momentos la industria británica cobró un gran impulso y, en consecuencia, se evidenció un creciente desarrollo comercial. Se amplió el mercado externo y se incorporaron nuevos y extensos territorios al Imperio inglés. No obstante, las disidencias entre conservadores y liberales se acrecentaron. Los primeros propiciaban una política económica de corte proteccionista, en tanto que los segundos sostenían la necesidad de abolir leyes ya caducas con la intención de implantar el liberalismo económico.
La persistencia de la crisis socio-económica y la difícil situación obrera --producto del alza de los precios de los artículos de primera necesidad— convenció a los políticos de ambos partidos de la urgencia de aplicar reformas. A la supresión de las leyes de granos, como ya se ha estudiado, siguieron otras leyes reformistas, entre ellas la supresión del Acta de Navegación de Cromwell, permitiéndose así, la apertura de los puertos británicos a buques extranjeros. Los partidos liberal y conservador alternaron en el poder. Entre los primeros Ministros de la reina se destacaron: Roberto Peel (1834-1835 y 1841-1 846), conservador; Enrique Palmerston (1855-1865), primero conservador y luego liberal; Benjamín Disraeli (1865-1868 y 1874-1880), conservador; Guillermo Gladstone (1868-1874,1880,1892,1894), liberal y Roberto Cecil, lord Salisbury (1896-1907), conservador.
Las reformas electorales: La necesidad de aflojar las tensiones internas, obligó a propiciar nuevas reformas electorales, ya que la efectuada en 1832 no había resuelto el problema.
En 1867, DISRAELI, concedió el derecho sufragio a la pequeña burguesía y a los obreros especializados.
En 1872, GLADSTONE, instituyó el voto secreto. El número de votantes aumentó: 938.000 sufragantes más, el poder continuó en manos de los propietarios. Hubo una mayor actividad de los partidos políticos.
En 1884, GLADSTONE, extendió el derecho al sufragio a los propietarios rurales con lo que la reforma llegó al campo. Hubo 4.000.000 de electores nuevos. Se concretaron las propuestas de los cartistas.
Finalmente se concretaron las propuestas de los cartistas
La sociedad victoriana.: Una gran rigidez moral caracterizó la sociedad victoriana. Todo buen inglés debía mostrar ante sus congéneres una conducta recta y honesta, aunque estas virtudes, en muchos casos, fueran sólo una apariencia. La mujer se encontraba, al igual que en el esto del mundo, relegada al trabajo hogareño o fabril. Era mal visto que una mujer pretendiera ejercer una profesión universitaria.
El avance de las tendencias democráticas les obligó a dar un gran impulso a la educación. Los conflictos sociales perduraron: las diferencias de clase eran, todavía, muy grandes. Las clases altas mantenían una vida de lujo y riqueza, en tanto que la condición de los trabajadores y las clases menos pudientes no había mejorado. Esta difícil situación fue reflejada con crudo realismo por los escritores de la época, como Charles Dickens, quien en sus novelas describió la forma de vida y las tensiones socialees de la Inglaterra victoriana.
Esta situación social obligó a los sindicatos obreros a organizarse con mayor eficacia, a fin de obtener la satisfacción de sus reclamos.
El gobierno adoptó una política paternalista en el aspecto social. Se aprobaron leyes que alivianaron la situación, pero sin introducir reformas de importancia. No obstante, se promulgaron medidas que limitaron las jornadas de trabajo y que mejoraron las condiciones laborales de obreros y asalariados. En 1871, los Trade Unions sindicatos locales fueron reconocidos oficialmente por el Estado.